La jerarquía católica, abocada a revisar su rechazo a los curas casados y al sacerdocio femenino - Antes era pecado no ir a misa los domingos; ahora son los obispos los que no la ofrecen
JUAN G. BEDOYA
En España hay 23.286 parroquias; 10.615 no tienen sacerdote residente
A muchos pueblos sólo va el cura cuando hay un funeral
5.000 curas casados u obreros viven marginados aunque falten vocaciones
Los sacerdotes 'importados' del Este vienen con mujer e hijos
La idea de rebaño en la Iglesia romana es bíblica. No hay desprecio en el término. Es como veía el fundador Jesús a quienes le seguían, según el evangelista Mateo. "Al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas sin pastor". La comparación estaba ya en el relato de David, pastor antes que rey de Judea. Pablo Neruda la convirtió en metáfora. La realidad es que las ovejas se pierden cuando no tienen quien las guarde.
En los catecismos de los padres Astete y Vilariño, de obligado cumplimiento durante la dictadura nacionalcatólica, la misa dominical era "el primer mandamiento de la Iglesia". "Oír misa entera todos los domingos y fiestas", decía. "¿Vale mucho la misa?", preguntaba el catequista a los niños. "Es el principal acto de la religión cristiana". "¿A quién obliga este primer mandamiento?" "A todos los bautizados que tienen uso de razón". Para exigir cumplimiento tan explícito, en la España católica por decreto algunos sacerdotes reclamaban la intervención de la Guardia Civil, con multas de 25 pesetas en 1955, por ejemplo.
"Ahora, por aquí sube el cura sólo cuando nos morimos alguno, o a decirnos la misa en la fiesta del pueblo", dice un vecino de Avellanedo (Cantabria). No es una queja. Lo dice sentado displicentemente mientras observa los coches que suben o bajan del puerto de Piedrasluengas. Simplemente, le llaman la atención las enormes diferencias entre lo que vivió en su juventud y lo que comprueba en la jubilación.
Avellanedo está en el corazón de los Picos de Europa por el lado de Cantabria, en una comarca conocida como Liébana. Desperdigadas en media docena de valles, hay 85 pequeñas aldeas, con unos 6.000 habitantes en total. Administrativamente se llaman juntas vecinales o pedanías. La Iglesia católica las tiene catalogadas como 72 parroquias.
En 1966, Liébana estaba atendida por 32 sacerdotes, uno por cada tres parroquias, o casi. Hoy son cuatro curas. Uno de ellos ya ha cumplido 83 años, Benito Velarde, una institución en la comarca. De los otros tres, Manuel Gutiérrez, párroco en Tama y de otras ocho iglesias locales, tiene 72 años; 35 ha cumplido Elías Hoyal, con sede en Potes, y 47 años tiene Manuel Muela. Los cuatro reciben la ayuda de otros tantos monjes franciscanos del monasterio de Santo Toribio de Liébana, muy atareados en su convento porque dicen que allí se guarda el mayor trozo del madero donde fue crucificado el fundador.
El padre Muela atiende a 22 parroquias, desperdigadas por las montañas entre el valle de Cereceda y el de Pesaguero. No se conoce un caso parecido en España. El Derecho Canónico exige que para que un sacerdote pueda trinar -celebrar tres misas en un sólo domingo- necesita una dispensa especial de su obispo. La norma no ha cambiado pese a la crisis, pero Muela tiene un dilema moral: resignarse y cumplir, o multiplicarse por encima de sus fuerzas para que los fieles se sientan atendidos. Antes se decía: "Vives mejor que un cura con dos parroquias". El padre Muela corrige con creces la maledicencia. "A un pueblo le quitas la misa de domingo y muere. La misa es un aliciente religioso, pero también humano. Sin misa no hay comunidad eclesial", sostiene.
Es la opinión, también, de Manuel Gutiérrez. "Los vecinos están aislados y la misa es su único acto social. Llego a cada parroquia media hora antes de la misa y charlamos, les doy noticia de los otros pueblos, se intercambian opiniones". Como presume Muela, muy pocos vecinos faltan a la misa cuando la tienen. "Vienen hasta los perros del pueblo, acompañándolos", bromea.
De las 72 parroquias de Liébana, 15 tienen misa todos los domingos, otras tantas los sábados, y el resto cuando es la fiesta patronal, hay un entierro o una celebración especial. El tiempo corre en contra. Si gobernar es poblar, el fracaso de las autoridades de Cantabria en sus zonas rurales es estrepitoso. Cada año nacen en esta comarca 20 niños y mueren 100 personas, aproximadamente. "Aquí, los que mandan se preocupan más por los lobos y los osos que por las personas. Si le doy un tiro a una alimaña que ha entrado en mis fincas a comerme el ganado o las cosechas, no pago la multa ni vendiendo todas mis vacas", se queja un ganadero.
La situación no es mucho mejor en las comarcas más pobladas. En 1966, la diócesis de Santander tenía 460 sacerdotes. Hoy apenas llegan a la mitad, sumando los jubilados. También había 430 seminaristas. Hoy son 11, bien contados.
La situación es "apremiante, pero han quedado atrás las manifestaciones más agudas de la llamada crisis del sacerdocio de los años siguientes al Concilio Vaticano II", ha dicho a los obispos el cardenal Rouco. El prelado achacó la crisis "a los problemas doctrinales y existenciales derivados de interpretaciones del Concilio que se situaban en clara ruptura con la tradición de la Iglesia". Ya "han perdido virulencia", añadió.
La horfandad de las parroquias sin sacerdote -de los rebaños sin pastor- suscita el debate más enconado en el seno del cristianismo romano desde la noche de los tiempos: el celibato opcional y los curas casados. Muchas parroquias están atendidas por sacerdotes llegados de otros países, sobre todo del Este europeo. En Italia suman ya el 4% del total. En España se cuentan por cientos atendiendo a parroquias en Cataluña, Levante y Andalucía. En su mayoría son casados y vienen con sus esposas e hijos. Si fueran españoles no podrían ejercer, aunque el obispado de Tenerife ordenó sacerdote en 2005 a un pastor anglicano converso, con mujer e hijos, y el papa Benedicto XVI acaba de acordar con la jerarquía de esa iglesia la recepción de cientos de sacramentados más en esa situación.
No es seguro que el remedio para excitar vocaciones sacerdotales sea el de permitir que los sacerdotes se casen. Pero es una reivindicación clamorosa, incluso en boca de muy altos prelados, como el cardenal emérito de Milán, el jesuita Carlo María Martini. Los últimos papas se niegan a discutirla. No quieren ni oír ni hablar del asunto.
Otra solución es el sacerdocio de mujeres, inmensa mayoría en la Iglesia romana. Margarita Pintos, de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, tiene un estudio sobre la cuestión, con el título La presencia de las mujeres en la Iglesia católica española. Sostiene que mientras la mujer sea excluida de los ministerios ordenados (diaconado, presbiterado, episcopado), la Iglesia romana no podrá espantar la acusación de negar derechos fundamentales a más de la mitad de sus fieles.
Personalidades tan relevantes como el padre Ángel García, el carismático fundador de Mensajeros de la Paz, sostienen que este Papa podría dar ese paso. "Tengo la firme esperanza de que, si Dios le da vida, este Papa pondrá en funcionamiento el sacerdocio femenino", afirma. Se ha apostado un café con su biógrafo, Jesús Bastante, a que ello ocurrirá "antes de cinco años".
El padre Ángel no es tan optimista sobre el celibato opcional. Tampoco José Catalán Deus, que acaba de publicar un meticuloso análisis del actual pontificado con el título Después de Ratzinger, ¿qué?. Cifra en 57.000 los sacerdotes casados y alejados del ministerio. Unos 6.000 son españoles. "Aunque los obispos son conscientes de la falta de sacerdotes, creen que la solución no es abolir el celibato, ni siquiera recurrir a los llamados viri probati, hombres casados de probada fe y virtudes a los que se concede la ordenación", sostiene.
Otro frente en el que los obispos pueden recuperar pastores para sus fieles es el de los curas obreros, algunos cientos en España. El Santo Oficio de la Inquisición condenó hace 50 años la experiencia de estos curas obreros, iniciada en 1944 por el dominico Jacques Loew como descargador en los muelles de Marsella (Francia). Roma pensó entonces, por boca de Pío XII, que la Iglesia católica, al aceptar ese camino, se implicaba "en la funesta lucha de clases". Juan XXIII y el Vaticano II levantaron el veto en 1962 y dio alas al movimiento en gran parte de Europa.
En España, las cosas no fueron fáciles. Muchos curas obreros se convirtieron en famosos sindicalistas o políticos, como Mariano Gamo o Paco García Salvé, en medio de una gran zozobra de los obispos de la época, en su mayoría franquistas, y con gran enfado de las autoridades de la dictadura. Incluso llegaron a abrir, de común acuerdo, una cárcel en Zamora sólo para curas.
Desaparecidos prácticamente del mapa eclesial, a los curas obreros les debe la Iglesia católica dos grandes favores: la superación del tradicional anticlericalismo de la izquierda y el haber salido viva de su estrecha implicación con la dictadura de Franco, que los obispos contribuyeron a instalar apoyando con entusiasmo el golpe militar de 1936. Fue gracias a los curas obreros que la jerarquía, acostumbrada a apoyarse en dictadores para apuntalar privilegios y poderes fácticos, dio la apariencia de estar enemistada con aquel brutal régimen.
"Ha sido el fenómeno más importante de la Iglesia católica en el siglo XX", afirma Julio Pérez Pinillos, él mismo cura obrero y casado. Acaba de publicar un informe con el título de Curas obreros (editorial Herder), con testimonios de muchos de ellos, entre otros el cura rojo por antonomasia, Mariano Gamo. Después de ejercer de capellán del Frente de Juventudes, Gamo renunció a una brillante carrera eclesiástica para irse a vivir a una barriada de Madrid. Antes lo habían hecho los jesuitas José María Llanos y José María Diaz-Alegría.
En algunas diócesis, estos sacerdotes tienen prohibido todavía compaginar el ministerio parroquial con el trabajo en una fábrica. Pero no en la universidad, por ejemplo, o en campos de la enseñanza media o la sanidad. "Se da por admitido que los curas podían estar en las cátedras pero no en las fábricas. Lo lamentable es que, por uno u otro motivo, se está traicionando el mandato del Concilio Vaticano II, que colocó la eucaristía como la fuente y el culmen de la comunidad cristiana", lamenta el cura Pinillos.
El laberinto del sexo y el caos del celibato
Alegría, esperanza, incluso una cierta sensación de regodeo, convencidos de que el tiempo y el Vaticano les irían dando la razón. Ésas fueron algunas de las sensaciones con que los sacerdotes católicos casados que hay en España, más de 5.000 según el Movimiento por el Celibato Opcional (Moceop), recibieron en 2005 la noticia de que el obispo de Tenerife había ordenado cura a un hombre casado y con dos hijas. Pese a que el nuevo sacerdote, el pastor anglicano Evans D. Gliwitzki, dijo más tarde que "pasarán 100 años antes de que se admita el matrimonio sacerdotal", los curas casados sostienen que esa ordenación en una diócesis española les reivindica "como curas católicos casados y, sobre todo, reivindica al Evangelio".
Fue la Conferencia Episcopal quien invitó a Gliwitzki a venir a ordenarse a Tenerife después de que su caso fuese estudiado y autorizado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por el cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI.
Su gozo en un pozo. Pese a la afirmación del cardenal Martini, uno de los grandes eclesiásticos contemporáneos -"la Iglesia debe tener el valor de reformarse"-, los últimos papas están cerrados a ordenar a hombres casados, o a mujeres. Los sacerdotes lebaniegos Muela y Manuel Gutiérrez creen que es el único camino para mitigar su heroico trabajo diario.
El sexo es un asunto que desata las iras en los papas desde que son solteros. Giacarlo Zizola, historiador de la Iglesia moderna, lo ilustra en su libro La otra cara de Wojtyla. Uno de sus protagonistas es el ya fallecido cardenal de Sevilla y ex presidente de la Conferencia Episcopal, José María Bueno Monreal, un gran colaborador de cardenal Tarancón.
Una mañana de 1980, en el Sínodo sobre la familia, el Papa había perdido la paciencia mientras hablaba con los cardenales alemanes: "Demasiados hablan de replantearse la ley del celibato eclesiástico. ¡Hay que hacerles callar de una vez!", les dijo. En la misma época, el cardenal español Bueno Monreal había osado decir al Papa durante una audiencia: "Santidad, mi conciencia de obispo me impone hacerle presente que existen problemas como los del celibato, la escasez de clero y la cantidad de sacerdotes que siguen esperando la dispensa de Roma". "Y mi conciencia de Papa me impone echar a su eminencia de mi despacho", fue la respuesta de Wojtyla. El bondadoso cardenal sufrió un infarto días más tarde y cesó en el cargo.
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